La invención de Hugo de Martin Scorsese es un regalo para los sentidos. Es una canción de amor a la historia del cine, con un guiño entrañable a pioneros como los hermanos Lumière o Geroge Méliès, gracias a los cuales el cine fue evolucionando de meros trucos de espejos a la narración de una historia.

A través de la mirada inocente de un niño muy especial, en La invención de Hugo (Hugo) Scorsese cuenta una historia de ilusiones perdidas que nos sobrecogerá el corazón: un huérfano viviendo solo en una de las estaciones de París cuyo cometido diario consiste en poner en hora todos los relojes del lugar, es el punto de partida de una historia que no se intuye durante los primeros cuarenta minutos de cinta, pero que al desplegarse se gana al espectador de la manera más entrañable posible.
Si The Artist nos parece un piropo al arte cinematográfico, Scorsese va más allá con Hugo: es una declaración de amor que mira en el pasado con orgullo, que reconoce las raíces de la locura que en nuestros días es el cine, para presentar su esencia, la fascinación de los pioneros.

Cuando Hugo no está poniendo en hora los relojes de la estación, se las apaña para robar piezas para completar el último proyecto en el que trabajaron su padre y él: un robot que requiere de unos pocos arreglos. El legado de Hugo necesita de la llave que lleva al cuello colgada la ahijada (Isabelle) del hombre que arregla juguetes en la estación, ¿por qué ella? Poco a poco, ambos niños irán desvelando el gran misterio de la desaparición de George Mèliés y devolverán la ilusión perdida a un hombre roto por la guerra y el cambio de los tiempos.
Los efectos visuales y los escenarios son excepcionales, al punto que la película se disfruta tanto en historia como en esencia y es que desde el primer momento con el paseo al interior de los engranajes del reloj de la estación del tren, nos quedaremos boquiabiertos. En este aspecto, ni que decir tiene que el Oscar conseguido a la mejor dirección hace justicia con el trabajo de Martin Scorsese.

En cuanto a la parte artística, los personajes son entrañables: desde Hugo a su nueva familia adoptiva, pasando por todas las caricaturas de personas que cohabitan diariamente en la estación (el guardia, la florista, etc.). Asa Butterfield (Hugo) y Chloe Moretz (Isabelle) cargan con el protagonismo de la película, pero están rodeados por Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Jude Law, Christopher Lee, Helen McCrory, Michael Stuhlbarg o Emily Mortimer, cada uno en la piel de personajes peculiares y dispares.
Por supuesto, no se puede olvidar la magistral clase de cine que Scorsese nos da, con fragmentos de películas de Méliès (un privilegio a pantalla grande) y recreando cómo se hacía el cine en aquel entonces, con sus trucos y su ilusión. Quizá sea centrarse en este mensaje lo que haya restado fuerza a los personajes y desaprovechado algunos actores como Jude Law o Christopher Lee.
Martin Scorsese ha conseguido un cinta muy especial, que denota la devoción del cineasta por su profesión y el respeto y la admiración por las raíces de este arte, y lo más importante, consigue que todos estos sentimientos lleguen al espectador con la fuerza necesaria para perdonar la espera hasta que en el minuto 40 la verdadera película se pone en marcha, explota.